lunes, 30 de marzo de 2015

Oficina de Redacción Literaria Disparatada (ORLD)


                                                    ¿BAILAMOS EN SILENCIO?





No sé si empezar por el principio porque en realidad  no tiene mucha importancia. Quizás caería en ese hablar demasiado y a casi nadie le gusta que se hable por los codos. La verdad es que el silencio es buen amigo de un niño. Sirve para ciertos ocultamientos, planear travesuras, disfrutar de la soledad necesaria, vencer el miedo, leer cuentos e incluso para bailar... 

Mi problema principal, cuando hice la matrícula en la escuela de baile de mi ciudad, es que me resultaba prácticamente imposible estar callada durante la hora y media de ensayo. Otro problema añadido es que parecía un poco torpe a la hora de distinguir la izquierda y la derecha. Soy una muchacha con una poderosa alegría. Poco más pueden decir de mí, porque no me gusta que me definan -me pongo muy colorada- ni me parece oportuno describirme como si me dibujase con colores chillones. 

La danza es un arte delicado que nos lleva a una educación corporal a veces demasiado estricta. Conseguía, poco a poco, ser veloz y daba rienda suelta a la libertad de mis pies con cierto sentido del ridículo agudizado. 

Esa señora era una bruja y pretendía que, con las persianas bajadas y una luz tenue, me concentrase en las primeras notas del piano y disfrutase como una pantera que descarga su agresividad en pocos minutos ante su presa. Y sin hablar. Yo no puedo bailar ni hacer nada sin decir ni una sola palabra. ¡Qué complicado! La profesora de danza pronunciaba mi nombre con tanta fuerza que lo que apetecía era esconderse después de quitarme un tutú que, al correr, se movía más cursi que una mariposa en una florecilla aislada del parque

- Despacio, más despacio. ¡No te precipites tanto en los saltos!, expresaba esta mujer airada. 

Me iba a casa tarde y, en el trayecto corto que decidía cuando debía ensayar, me encontré un libro abierto sobre un banco. ¿Lo dejo? No, creo que lo mejor que hice fue recogerlo y meterlo en mi mochila. 

- ¡Fantástico! El libro es una casualidad curiosa en este momento, decía ante el espejo del cuarto de baño. 

Me subí a la silla para peinarme esa larga melena que se enreda con cualquier cosa y me acordé, con una tristeza espantosa, de la actitud de mi profesora. Buenas noches.  

Un sol y una minúscula nube me daban los buenos días. Los rayos conseguían penetrar hasta mi última sábana de invierno. Me vestí rápido, porque bailaba en quince minutos en un teatro de mi distrito y apenas me daba tiempo. Tropezaba con una cantidad de obstáculos mañaneros: el gato peludo de mi vecina, el guapo oficinista que hacía un descanso a esas horas y la señora que coge el metro armada con escudo de guerra. Sin querer, me premió con un cachetón en la espalda, pues la intención era que me diera algo de prisa en recoger mi resguardo. 

Mi afición a hablar me llevó por el camino de contar atropellada todo lo que me apetecía. Hasta que me di cuenta de que tenía el libro del parque en la mochila. Lo saqué y, con actitud modosa, me dispuse a leer cuatro páginas de, más o menos, la mitad de la obra. Decía así: " Un pájaro se limpió su ala cuando terminó la batalla con el león por el amor de una iguana en medio del campo". 

- ¡Qué mezcla animal tan extraña!, grité. ¿Un león y un pájaro peleando por ser amantes de una iguana? ¿Un pájaro ganando a un león? ¡Qué pareja harán una iguana y un pájaro!, repetía insistente. 

El libro ilógico de animales había conseguido que estuviera en silencio diez minutos y el trayecto hasta la función de baile se hizo mucho más entretenido de lo habitual. Sin esperarlo, al salir del metro, un chico guapo se dirigió a mí: 

- ¿Eres esa artista que no sabe bailar en silencio? Me han dicho que podía verte esta tarde en la función repetida de las siete.  

- No entiendo esa fama. Es por culpa de mi alegría y entusiasmo, puesto que no sé estar quieta sin expresarme verbalmente. 

- Prueba a bailar conmigo, insinuó el chico que, además de guapo, dejaba ver un carácter alegre

Estuve más de tres minutos inmóvil y callada. ¡Asombroso! No supe qué era lo más adecuado. Me fijaba en su oreja pequeña y en un diente sobresaliente que le daba picardía a una sonrisa sencilla. Enmudezco. ¡Chanchanchan! ¡Oh! ¿Y ahora qué?  Me acordé del libro absurdo de animales y de su lucha en la que ganaba el más débil. Quise contestarle: 

- Sí. Cuando termine la función bailo contigo. Será la única forma de mejorar. Sabré tragarme todas la palabras que podría decir. 

Desde entonces, bailamos juntos de vez en cuando y nunca terminé el libro que empecé por la mitad. Eso sí, el pequeño fragmento, que accidentalmente leí, me dijo más de lo que yo podía alcanzar a comprender con esa edad. Ahora bailo en silencio en teatros y rincones de la casa. Ensayo con disciplina y logré respetar el límite de palabras que se puede decir en el momento oportuno. 

Silencio. Me hago mayor y jamás pensé que alguien me pediría bailar. 

María Victoria Soriano García 

(vuestra profesora de Lengua y Literatura que ha querido participar igualmente en esta actividad de la ORLD) 

Nota: Recuerdo que las palabras subrayadas son las que tenían que aparecer en la composición de cada uno y fueron elegidas por todos los alumnos y la profesora en el aula a golpe de impulso. 


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