LA BRUJA HILDA
Por las montañas de un pueblo, vivía una
bruja, de nombre Hilda. Muy pocos la habían visto, y los pocos habitantes que
la han conocido han dejado de ser las personas alegres que eran, incluso marchándose
del pueblo.
Por lo que cuenta la leyenda, cuando
Hilda era pequeña, era una niña que le gustaba la soledad aunque desprendía
mucha alegría cuando estaba con los animales. Jugaba siempre con ellos en el
parque, le gustaba intentar cazar una mariposa blanca que casi siempre estaba
allí. También le encantaba estar con un gato, al que había llamado León porque
decía que era activo y muy peludo como los leones. A la gente del pueblo le
parecía extraño que no quisiese jugar con ningún niño y la obsesión que ésta tenía por los animales, pero no era algo que preocupase a los habitantes.
Lo que realmente asustó, y desde entonces
el miedo por Hilda aumentó, fue cuando eran las fiestas del pueblo, que se
celebraban en el campo para así poder disfrutar del sol. En el momento del
baile, Hilda se acercó a un chico muy guapo, para que bailase con ella. Él
rechazo su propuesta, además burlándose de ella. De repente el sol desapareció,
quedando el cielo cubierto por una gran nube, y Hilda enfadada pronunció en voz
alta: “Chanchanchan” y el chico se convirtió para siempre en una iguana.
¡Hilda era una bruja poderosa! En el
pueblo desde entonces había mucha tristeza por el chico. Un hombre del pueblo decidió visitar a
la bruja, para pedirle que le quitara el conjuro al chico. Pero esta se negó,
es más, levantó despacio su mano y le pegó un cachetón por haberse atrevido de
ir a su casa y le dijo que sí se volvía a acercar acabaría como aquel chico.
El hombre cuando llegó al pueblo, contó
que Hilda había cambiado mucho. Ahora vestía como lo que era, una bruja, y en
su hombro izquierdo llevaba un pájaro, nada guapo, que tenía una oreja
cortada y un diente muy grande. A su vez, le acompañaba también una pantera muy
veloz a la que le salía un ala. Los habitantes del pueblo estaban aterrorizados; algunos colocaron una silla
para sujetar las puertas de sus casas, otros bajaron las persianas de sus
ventanas… ¡La alegría desapareció en el pueblo!
Ahora, muchos habitantes afirman que
cuando se echa la tarde ven a los terroríficos animales de Hilda andar en
libertad por las montañas, otros piensan que es algo fantástico, las típicas
historias de cualquier libro de terror, pero la verdad es que sigue siendo un
tema delicado para el pueblo y desde entonces nadie se atreve a subir por
aquellas montañas.
María Lucas Vinagre, 3º Educación Infantil.
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