LA AVENTURA DE RUMPEL
Había una vez,
hace mucho mucho tiempo, un reino lejano y fantástico donde habitaban hadas
bondadosas, reinas poderosas y brujas malvadas.
Pero
centrémonos en lo importante, mi nombre es Rumpel y vivo en este lugar. Soy un
gnomo pequeño, verde, alegre y me encargo del cuidado de los animales más
peligrosos que os podáis imaginar. Los leones y las panteras son delicadas
mariposas comparados con ellos.
El resto del
tiempo, vivo en soledad en lo alto de una montaña, que tiene las vistas más
hermosas de todo el reino. Pero bueno, solo, solo, no. Vivo con Rufus, mi gato.
Él es el que vive mejor, se pasa el día tumbado al sol y cazando pájaros e
iguanas. Es un gato peculiar, pero tiene buen corazón.
Todo era paz y
tranquilidad hasta que un día apareció la malvada y poderosa bruja Regina,
quien subida en una nube sobrevoló todo el reino llevándose la alegría y
sembrando la discordia y la soledad hasta en el último rincón del campo más
alejado. En un momento, y de forma veloz, había dejado todo el reino sumido en
una gran tristeza.
Las hadas del
reino me encomendaron la misión de recuperar la alegría que la bruja malvada se
había llevado. ¡A mí! ¡Cómo si no hubiese más gente en todo el reino! Mi
primera reacción fue encerrarme en casa y bajar todas las persianas, pero me di
cuenta de que Rufus seguía fuera cazando iguanas, así que tuve que salir muerto de
miedo. Salí despacio, confiando en que las hadas ya se hubiesen ido. Pero ahí
seguían, esperando mi respuesta. Mi amigo peludo me miró, me dio un cachetón y
tuve que aceptar sin más remedio.
Recordé que
tenía en la biblioteca un libro, en el que explicaba como derrotar paso a paso
a una bruja. Me lo compré en la mercatienda de brujería y hechizos, por si
algún día lo necesitaba.
Tenía que
hacer un brebaje, cuyos principales ingredientes eran ala de murciélago guapo,
oreja de dragón activo y diente de pantera en libertad. Para mezclarlo
necesitaba hacer un baile subido en una silla, si si, un baile en una silla ¡menuda
forma de hacer el ridículo! Menos mal que el sentido del ridículo lo perdí hace
mucho tiempo.
¡Chan chan
chan! El brebaje estaba hecho, ahora solo me quedaba el último paso: hacer que
lo bebiera la bruja, a ver quién es el guapo que se lo da.
Preparé una
tarta de chocolate que era la debilidad de la bruja y la coloqué en el medio
del parque del centro del reino. A media tarde, la bruja guiada por aroma
delicioso de la tarta llegó y se la comió entera y tanta sed le dio que se tomó
el brebaje de un trago ¡Al final fue más fácil de lo que parecía!
La bruja
inmediatamente se volvió el ser más bondadoso de todo el reino, y devolvió la
alegría y la paz que se había llevado ¡Todos me felicitaron por mi trabajo!
Y aunque han
pasado ya 250 años de esta aventura, todos seguimos siendo felices y comemos
todos los días perdices.
FIN
Paloma Sabido González, 3º Educación Primaria.
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